miércoles, 21 de abril de 2010

CRISIS DEL MAGISTERIO PERUANO

Estimados amigos,Transcribo este artículo publicado ayer en La Región. Saludos Pepe
CRISIS DEL MAGISTERIO: TAMBIÉN UNA CUESTIÓN MORAL
José Álvarez AlonsoNadie pone en duda que los profesores de las escuelas públicas del Perú están en general mal preparados. El encendido debate que se ha desatado en torno a este tema, sin embargo, pasa casi por alto uno de los aspectos clave en la crisis de la educación pública peruana: el tema moral. La educación, especialmente la primaria, no es solamente una cuestión cognitiva, de transmisión de conocimientos, cuanto de valores, principios y actitudes.
Pongamos el caso de los maestros de primaria: para enseñar a escribir, leer (y pensar) a los niños de 6 a 11 años no se necesita a genios en matemática y en física, o a alumnos del tercio superior de una universidad. Pero sí se necesita a mujeres y hombres con vocación, dedicación y paciencia extraordinarias para tratar con niños, y dotados de otras muchas cualidades no necesariamente “cognitivas” y evaluables en una prueba tipo test de 250 preguntas, como carisma, amabilidad, sensibilidad, honestidad a toda prueba, principios y valores firmes, carácter y equilibrio emocional para corregir, controlar y orientar a los niños con mesura y sin excesos, y una vocación de servicio fuera de lo común.
¿Genios o pedagogos?
Conozco a profesionales bien preparados, auténticos genios de la ciencia, con un ingente acervo de conocimientos en sus cabezas, pero que son absolutas calamidades en términos “pedagógicos”, incapaces de transmitirlos a otros, y peor a los niños; o con tanta pobreza de espíritu que son incapaces de transmitir un entusiasmo, una pasión, un gusto o un amor por algo, sea por el conocimiento, por la superación o por el servicio a la colectividad. Y también conozco a profesores muy capaces intelectualmente, que son una lacra moral, un pésimo ejemplo para la niñez y la juventud, borrachos, haraganes, corruptos, infieles, acosadores sexuales, despreocupados, egoístas y con un sinfín de “adornos” indignos ya no sólo de un profesor, sino de un ciudadano. Es bien conocido el ausentismo injustificado y “criminal” de muchos profesores de sus colegios en zonas rurales, e incluso urbanas. Algunos de ellos (no digo muchos, para no desprestigiar más al vapuleado gremio magisterial) están ocupando puestos de directores de colegios o de UGEL, porque han ganado concursos “de conocimientos” , y son corruptos, chantajistas (se aprovechan de sus puestos para conseguir favores sexuales y económicos), carecen de carácter o capacidad para dirigir su institución, entre otras bellas dotes… ¿Saber más Matemática o Física que otros les califica mejor para ser directores de una institución educativa? Lo dudo mucho.
Por otro lado, conozco muchos, muchísimos maestros con modestas cualidades “intelectuales” y con conocimientos limitados, pero con un tal amor por su profesión y una vocación y dedicación tales, que compensan con creces sus limitaciones en el otro campo. Con seguridad estos maestros educan mejor, mucho mejor, a sus alumnos que ciertos genios del conocimiento y del saber... Cada uno de nosotros tiene en su memoria, sin duda, la imagen de un profesor o maestro admirado, que marcó impronta en su vida, y que consideró siempre un ejemplo, un modelo a seguir. Y no necesariamente fue el más
“cráneo” en matemáticas…
Para un niño de 6 u 8 años, el maestro es un dios, un modelo, un personaje clave que marca de forma indeleble y definitiva su vida. Debemos tener claro qué modelo de maestro queremos. Preguntemos a los padres de familia: ¿Prefieren que sus hijos aprendan un montón de cosas de memoria y sean “tromes” en razonamiento matemático, aunque sean un desastre en su comportamiento diario y en sus actitudes, y reciban una deficiente formación en valores humanos y cívicos? ¿O prefieren que sus hijos reciban preferentemente una sólida formación en valores y actitudes?
¿“Educar” o “Enseñar”?
No es lo mismo educar que enseñar. Si bien es deseable, no cabe duda, que los profesores estén bien preparados (en términos de “conocimientos” , que es lo único que ha evaluado la famosa prueba del Ministerio de Educación) para poder enseñar a los niños, más importante aún es que estén dotados de las cualidades y atributos morales, cívicos y pedagógicos que acabamos de citar. Educar, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, es “dirigir, encaminar, doctrinar”, y “desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.”
En la educación primaria, especialmente en los primeros grados, no se trata tanto de “enseñar cosas”, sino de orientar y guiar a los alumnos por el camino de la vida, de establecer las bases sólidas en carácter y actitudes para una formación posterior –ésa si, rica en contenidos y que, deseablemente, se prolongue por otros 10 ó 20 años-. El profesor de primaria no debe poner tanto énfasis en transmitir conocimientos concretos, como en estimular en el alumno el gusto y el deseo del conocimiento; no tanto debe obligar a leer extensos libros como estimular el gusto por la lectura; no tanto debe obligar a trabajar como estimular el gusto por el trabajo; no tanto debe castigar ni reprimir comportamientos como estimular el gusto por la auto superación a través del esfuerzo, la autodisciplina y la seguridad en sí mismo…
Más que una cuestión económica se suele decir que los profesores no rinden ni pueden trabajar bien porque están mal pagados, y no tienen incentivos para superarse. A riesgo de parecer un yoísta, voy a hablar de mi caso: soy nieto de maestro e hijo de maestros, y seguí mi primaria con mi padre en una escuela rural unidocente en un país y en una época en que se decía “pasas más hambre que un maestro de escuela”. La dedicación a su escuela y su pasión por la enseñanza de mis padres y abuelo fue total, y a pesar de las estrecheces económicas. Y puedo dar fe de que mi educación básica fue lo suficientemente sólida como para permitirme un adecuado desempeño académico -en la secundaria y en la universidad- y profesional.
Dudo que ni mis padres, ni mi abuelo (que comenzó a dar clase a los 14 años y se tuvo que “profesionalizar” luego en su vida de adulto) hubiesen aprobado la famosa prueba de ESAN, ni estuviesen en el tercio superior de su instituto. Pero fueron maestros ejemplares, reconocidos y queridos por sus alumnos y su comunidad. He sido testigo del enorme agradecimiento, respeto y admiración que cientos de ex alumnos mostraron a lo largo de los años por mis padres y abuelo, que fueron, no sólo buenos profesores, sino modelos de ciudadanos, esposos y padres de familia. Nunca presencié ni escuché de ningún comportamiento reñido con la moral o con la ley de ninguno de ellos, nunca supe de ningún vicio o de ningún comportamiento reprochable. Más bien, fueron líderes respetados en sus respectivas comunidades, y su influencia traspasaba con creces las paredes de la clase.
En conclusión, y volviendo a nuestro vapuleado gremio magisterial, pienso que debe darse un mayor énfasis -tanto en la capacitación como en la evaluación de los profesores- a temas morales, de actitudes y de aptitudes, de vocación y de compromiso con los alumnos y con la comunidad, y dejar de pensar que el profesor es una simple máquina transmisora de conocimientos.
Reproducción: Mercedes Gerardo, Jiménez Tena.

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